Pensar la violencia cultural
¿Qué procesos hacen que hoy hablemos de violencia cultural? ¿Cómo se produce y reproduce culturalmente la violencia sobre las mujeres? ¿Cuál es el canon que la legitima? ¿cómo podemos visibilizar y legitimar los bienes culturales que producen las mujeres? ¿desde qué voces, lugares, memorias y cuerpos empezamos ya a contar la historia cultural de las mujeres?…
El primer número de la revista Desde los márgenes -revista de la asociación Clásicas y Modernas para la igualdad de mujeres y hombres en la cultura-, decidimos dedicarlo al tema que nos parece más urgente en nuestro ámbito de trabajo: la violencia cultural sobre las mujeres. Para ello, emprendimos la creación de este número con vocación interdisciplinar, construyendo conocimiento juntas desde ámbitos tan diversos de la cultura y de las artes como la literatura, la filosofía, la poesía, el cine, la fotografía, los estudios culturales y la sociología. A medida que avanzábamos en la producción de este primer número, fuimos más conscientes de que la transversalidad de este análisis sobre la violencia cultural precisaba de un compromiso común.
En la historia de la cultura occidental, la violencia cultural sobre las mujeres se ejerce y se ha ejercido no sólo desde los procesos de subalternización inherentes a los enfoques culturales que las estereotipan, cosifican y objetualizan, sino también desde los procesos de dominación cultural implícitos en la deslegitimación e invisibilización de los bienes culturales que producen y han producido las mujeres. Se trata de dos prácticas históricas del canon cultural androcéntrico y sus formas de dominación patriarcal, que revelan las estrategias para perpetuar su capital cultural y simbólico.
La violencia cultural no es una la violencia real o directa, no agrede físicamente, sin embargo, fundamenta el sometimiento de un grupo y la reproducción de la hegemonía de unos determinados valores culturales sobre otros. El gran teórico de la hegemonía cultural, Gramsci1, la define como un proceso social de imposición de los valores, ideologías y creencias de una determinada clase social. Se diferencia de la dominación, en que esta última es una forma de control coercitiva, explícitamente política y que puede resultar violenta. La hegemonía cultural, en cambio, pertenece al ámbito de lo simbólico. Se basa en la “supuesta” supremacía de una cultura sobre otra, lo que incita y justifica el sometimiento. Constituye una forma sutil de reproducir y naturalizar la sumisión en la dominación.
La hegemonía del varón en la cultura se ha materializado a través de un proceso continuado de construcción y dominio de su experiencia, de la transmisión de significados y valores, así como de la creación de concepciones del mundo profundamente patriarcales ―desde las religiones hasta el psicoanálisis― que lo habilitan para la dirección moral e intelectual de la sociedad. Quien tiene el poder para producir significado y sentido para la comunidad, tiene el poder -como afirma la filósofa Celia Amorós-.
A lo largo de los siglos, la hegemonía masculina ha permitido a los hombres acumular un capital simbólico, un acervo cultural que recoge todas sus experiencias y los legitiman como sujetos canónicos en la construcción del conocimiento sobre el mundo que compartimos. Esto facilita enormemente su reproducción cultural. Creo que nadie duda ya en afirmar que la experiencia del hombre blanco es el canon sobre el que se ha construido la historia cultural de Occidente.
Los estudios culturales y decoloniales han analizado las consecuencias de la hegemonización de una cultura sobre otra y las formas de violencia cultural y simbólica que perviven enquistadas en las estructuras sociales de los pueblos colonizados por otras culturas. Salvando las distancias, podemos establecer el mismo diagnóstico cuando hablamos de cómo la violencia sobre las mujeres se transmite y reproduce a través de la educación y las instituciones sociales en formas de sexismo, misoginia y cosificación que desvalorizan la vida y la experiencia de las mujeres y devalúan sus contribuciones a la cultura y al progreso de las sociedades.
Subvertir este canon cultural, desnaturalizarlo, exige subvertir las estructuras mismas de la hegemonía cultural. Pero ¿cómo subvertir el orden simbólico? ¿cómo des-historizar este relato? y, sobre todo ¿cómo desaprenderlo?
La inquietud ante estas preguntas es el hilo conductor de las contribuciones de este número, hacer de esta inquietud un motivo de reflexión forma parte del compromiso por la igualdad en la cultura que es el objetivo común con el iniciamos este camino.
Conversando con Alyson Cole, en la sección de entrevista, hemos descubierto que el concepto de Victimidad, poco conocido en el mundo académico español, ha colonizado el debate de la sociedad americana en los últimos años. El argumento principal es que la sociedad estadounidense está en declive debido al presunto auge de una nueva cultura de la victimidad -auténtica decadencia nacional que ha debilitado al país- y de la que se responsabiliza principalmente a estudios y movimientos sociales étnicos, #BlackLivesMutter y de género, #MeToo.
Este argumento de culpabilizar a las víctimas y el sentimiento antivictimista que ha despertado, no se corresponde en el espectro político con un partido en concreto -hasta Donald Trump se declaró hace poca víctima del sistema-; el antivictimismo ha prendido en todo el espectro político norteamericano incluido el intelectual y es necesario comprender las razones de este hecho. El propósito de mi libro -declara la catedrática de filosofía política del Centro de Doctorado de la Universidad de New York (CUNY)-, era explicar este fenómeno: comprender el origen de esta obsesión con las víctimas y, sobre todo, analizar la política del discurso antivictimista. En síntesis, lo que planteo es que dicho discurso sirve para reprimir y silenciar las denuncias de agravios, abusos, opresión, etc… lo cual encaja perfectamente con los objetivos del liberalismo.
En primer lugar, hay que olvidarse de polarizar el debate sobre las víctimas, a favor del victimismo o en contra. Se trata, como analiza Alyson Cole, de despatologizar a las víctimas y centrar el debate en las estructuras y procesos sociales que crean desventajas, precarizan y vuelven más vulnerables a unos grupos sociales que a otros. La supuesta “fatiga por la compasión” propia del movimiento antivictimismo no es el verdadero problema. El verdadero problema que tenemos que abordar es qué se merecen las víctimas: ¿Qué les debemos a quienes han padecido abusos e injusticia? El antivictimismo nos impide afrontar esta cuestión (…) La vulnerabilidad humana no es una cuestión de riesgo y libre elección, al señalar como factor causante el carácter y/o comportamiento de las víctimas, y no las macroestructuras de la violencia que provocan que unas personas sean más vulnerables que otras. (…) Superar las heridas y combatir la injusticia se convierten en una cuestión individual que hace innecesaria una respuesta externa o una lucha colectiva. Precisamente, continua Alyson, el feminismo nunca ha dejado de enfatizar las condiciones que victimizan a las mujeres ni de formular propuestas de lucha colectiva para la transformación de dichas condiciones. Comprender las causas, restituir la dignidad y devolver el problema a su dimensión estructural.
Esta cuestión es la misma que está en el fondo del debate sobre la prostitución. Cómo la legalización de la prostitución saca a la luz las formas de la violencia legitima sobre las mujeres en las sociedades patriarcales. La prostitución no es una cuestión individual, de responsabilidad personal o de elección de un modo de vida u otro, más bien es el vacío en la posibilidad de elección de un modo de vida. Dicho de otra manera, hay circunstancias que no son “consecuencia” de la libre elección de las personas y sí de las condiciones reales y materiales de vida en la que se encuentran. ¿Cómo en las sociedades patriarcales llega una mujer a convertirse en mercancía? Justamente este es el análisis que hará Jacqueline Cruz, filóloga y especialista en cine y literatura feminista, de la película de Isabel Ocampo, Evelyn, en la sección detrás de la cámara. Un duro retrato de la prostitución alejado del glamour de las películas clásicas de Hollywood; un primer plano de cómo actúa la violencia patriarcal para destruir y someter la voluntad de las mujeres, a través de la brutal inducción de precariedad y vulnerabilidad en sus vidas, lo que acabará destruyéndolas y sometiendo sus planes de vida a la voluntad de la explotación y cómo estos procesos de dominación patriarcal precarizan las vidas de las mujeres hasta reducirlas a un código de barras: pura mercancía.
La normalización de la violencia contra las mujeres, su reiteración ad nauseam, como afirma Laura Freixas en “¿qué hacemos con Lolita?” y “ La polémica de Lolita”, es el tema que nos lleva a una de las preguntas iniciales: ¿cómo se produce y reproduce culturalmente la violencia sobre las mujeres? ¿cuál es el canon que la legitima?. El análisis de la novela de Lolita nos sirve de ejemplo para deconstruir el canon androcéntrico. Frente a la interpretación clásica de una historia de amor entre un hombre mayor y una adolescente de doce años (!), se propone una lectura con perspectiva de género: ¿es posible la lectura de Lolita como la historia de un pederasta y violador de niñas? Todo clásico, como sostiene Umberto Eco, es una obra abierta, pero el tema no es este. El tema no es si esta obra debe ser juzgada éticamente. Como afirma Laura Freixas, no tiene que ver con pintar un cuadro edulcorado, políticamente correcto, con personajes positivos y acciones moralmente irreprochables.
El tema de este debate es que en la historia de la cultura occidental hay una sobreexposición de un modelo de feminidad construido sobre el deseo masculino que hipersexualiza a las mujeres, las cosifica y las devalúa representándolas reiteradamente desde estereotipos, roles e identidades subordinadas en torno a un modelo de masculinidad fuerte (ciertamente, un modelo de mujer muy alejado de la ciudadanía, con desventajas sociales importantes en el acceso a los recursos y en el posicionamiento en la estructura social), interpretando valores que representan formas propias de la sumisión en la dominación. Y este enfoque cultural reiterado -que no sólo es histórico, sino que es transversal a todos los bienes que produce la industria cultural: desde la última novela policiaca hasta la última serie de Neflix- devalúa a las mujeres y las convierte en objetos de constante acoso y sexismo, es decir, normaliza y reproduce la violencia cultural sobre las mujeres. Y, por tanto, lo que el pensamiento feminista pretende es subvertir el canon que legitima ese modelo de mujer que es violada cada noche. Y esta es una lectura más profunda del texto de Nabokov que la que se queda en la «historia de amor», porque es la lectura de los modelos culturales que representamos desde los bienes culturales que producimos y del abuso de dichos modelos en la cultura occidental. Entonces, como señala Laura Freixas, no se trata de moralizar el arte, se trata de que la novela de Nabokov reproduce la visión patriarcal hasta la náusea.
Estudiar cómo las formas de representación cultural ejercen violencia simbólica precisa de un ejercicio previo de política visual que saque a la luz la relación entre formas de representación y sistemas de dominación. De entrada, apuntaremos el hecho de que el patriarcado trabaja las formas de representación cultural como un proceso implícito en sus formas de dominación. Así, ejercer la dominación es estereotipar las representaciones de lo Otro desde la subalternidad; cosificarlo para controlarlo, confinarlo y formatearlo en una representación única, visualizada en y bajo las categorías de la sumisión. En la serie fotográfica de Natividad Navalón No lo llamaban hogar, pero era todo lo que ella tenía (2016-2023) que acompañan este primer número de la revista, se muestra una serie de mujeres sin rostro, atrapadas en túnicas, en condición de prisioneras de estructuras patriarcales, uniformadas y formateadas bajo el principio de sumisión. Sin embargo, hay en esta serie elementos inquietantes que cuestionan el relato de la dominación, la puesta en cuestión del discurso heredado; elementos que anuncian que el descubrimiento de los “miedos y los fracasos” traerá nuevas formas de pensar, nuevas formas de combate y rebelión. Para ello, hay que empezar por cuestionar las certezas heredadas ¿alguna vez tuvimos un hogar?… Las manos cosidas de la fotografía “deberías ser” que es la imagen de la portada de esta revista, nos parece la metáfora visual más clara para representar la violencia cultural en sus formas de invisibilizar y deslegitimar los bienes culturales que producen las mujeres.
Debes conocerlas, precisamente, es la sección de la revista que tienen como objetivo visibilizar las aportaciones de las mujeres a la cultura. Debe su nombre al libro de Marifé Santiago Bolaños y Mercedes Gómez-Blesa, que surge del compromiso común con las creaciones de las mujeres “olvidadas” por el canon, mujeres excepcionales, cuyas obras nos sirve de espejo, inspiración y referencia. Elena Gallego Andrada, profesora de teoría de la traducción y traductora del japonés al español, toma el relevo de este compromiso y escribe en esta sección de la revista la biografía de Mitsuko Aoyama, la madre de Europa, mujer humanista y cosmopolita cuya vida sucedió entre la cultura japonesa y la europea y cuya influencia fue un referente en la unidad de Europa.
Tendiendo puentes nos ha llevado hasta Martha Canseco González, periodista y experta en violencia simbólica contra las mujeres en los medios de comunicación. Martha Canseco conoce el plus de vulnerabilidad de las mujeres en México. En su historia de vida “una periodista lesbiana y feminista en México” declara su negativa a vivir de hurtadillas y sin hacer ruido. Su biografía intelectual y profesional es un ejemplo de cómo combatir la violencia estructural y cultural: La verdad, no es fácil ser una mujer lesbiana y feminista en México y supongo que tampoco en muchos de los países de Latinoamérica. Por más que te esfuerces por ser la mejor y hacer las cosas bien, pensando que así no te discriminarán y, sobre todo, te permitirán existir gozando de los mismos derechos, lo que obtienes es silencio y omisión, que al fin y al cabo es excluyente.
El plus de vulnerabilidad que las mujeres llevan asociadas a sus vidas, por el hecho de ser mujeres, es también la tesis principal en el artículo “Esto ha sucedido, una breve reflexión sobre las mujeres víctimas de la shoah” de Esther Bendahan Cohen, escritora y directora de cultura del centro Sefarad-Israel. Esther, testigo de los testimonios de los supervivientes del holocausto, narra lo inexplicable que resulta el sufrimiento de personas que por su raza tuvieron que enfrentarse a una violenta extinción. Alguien dijo -refriéndose a la shoah– que el apocalipsis ya aconteció y sencillamente fue que no estaba equitativamente distribuido. Esta desigual distribución de la violencia es proporcionalmente mayor sobre las mujeres en los conflictos bélicos, como afirma Bendahan: En particular la singularidad del sufrimiento de las mujeres en los conflictos es una manifestación de la pervivencia de factores socioculturales que la siguen manteniendo en situación de vulnerabilidad.
“Vulnerabilidad e incertidumbre” son dos vectores que posicionan la condición humana hoy, como sugiere el título del artículo de Mercedes Gómez-Blesa, Catedrática de filosofía y ensayista, basado en su último ensayo Estéticas de la ausencia (2020). En él se cartografía la condición humana contemporánea a partir de la pandemia y de la crisis del coronavirus, que nos ha obligado a reflexionar sobre nuestro propio tiempo y cuestionar la insostenibilidad de las formas de producción y su impacto sobre la existencia humana. Tal vez la especie humana sea más frágil y vulnerable de lo que hasta ahora nos ha contado la historia del liberalismo: su relato sobre la naturaleza humana como depredadora con los otros, el lobo que amenaza con despedazarnos; relato sobre el que se articula el contrato social que fundamenta nuestras sociedades. Tal vez, en este contexto histórico, necesitemos otros relatos sobre la naturaleza humana para poder sobrevivir juntos. A partir de la crisis del coronavirus, sostiene Mercedes Gómez-Blesa, hemos llegado a algunas conclusiones sobre nuestro propio tiempo: todos somos vulnerables y nos necesitamos para sobrevivir. Estamos en un escenario y en un momento histórico para pensarnos desde la vulnerabilidad, esta nueva compresión de la condición humana y de su existencia en el mundo nos acerca también a nuevas formas del cuidado: La pandemia nos recuerda nuestra indigencia existencial.
La precariedad en la escritura es también una forma de indigencia cultural que se hace más real en las mujeres escritoras. En este primer número de la revista de clásicas y modernas no podíamos dejar pasar la oportunidad de testar la realidad y aproximarnos al análisis de las condiciones sociales que pueden ser causa de mayor precariedad de las mujeres escritoras. Como afirma Laura Palomares Guells en su artículo “Escritura y precariedad laboral en España: un análisis con perspectiva de género”, hoy en España son necesarias algo más de 500 libras y una habitación propia para ser mujer escritora. Laura Palomares, agente literaria en la agencia Carmen Balcells, analiza dos factores claves que inciden en una mayor precariedad de las mujeres escritoras frente a los hombres. En primer lugar, el menor reconocimiento de los bienes producidos por mujeres, visible en el acceso desigual a la distribución de premios literarios. En segundo lugar, el rol de cuidadora de las mujeres que las apartan de la profesionalización de la escritura. La maternidad, los cuidados y los problemas de conciliación confinan más tiempo a las mujeres en el espacio privado e impiden un mayor desarrollo profesional: La conciliación es agotadora -afirma una escritora entrevistada- (…) No deja de ser significativo que muchas de mis amigas escritoras no hayan tenido hijos. ¿Por qué será? (…) Es dificil compaginar una carrera literaria con la maternidad, especialmente teniendo en cuenta que, en muchos casos, dichas actividades se deben también compatibilizar con sus empleos alternativos remunerados. Si ya es dificil conciliar las tareas del cuidado con un empleo remunerado, la dificultad se triplica cuando, además, hay que buscar horas para desarrollar una carrera profesional de escritora, que precisa no sólo del cuarto propio sino, sobre todo hoy, de la profesionalización y para ello es necesario estar en el sistema cultural y artístico. Bourdieu definió el campo cultural y artístico como un sistema atravesado por posiciones de dominación que se tensiona y entran en conflicto por la posesión de los bienes simbólicos y por el liderazgo de estos bienes. La desventaja histórica de la mujer en este campo de fuerzas, su confinamiento en el espacio privado de la casa y de las tareas del cuidado y las horas de conciliación, le producen desventajas importantes para ocupar posiciones en la estructura del campo cultural.
¿Qué debemos cambiar? ¿Qué procesos hemos de cortocircuitar para no reproducir la desigualdad?
Falla la noche, el poemario de Noni Benegas, es un momento de disrupción en la cadena transmisora de la reproducción cultural; un fallo del sistema que pone en evidencia que tal vez la no concordancia entre el objeto y el sujeto sea el instante de verdad o, al menos, el lugar para recuperarnos a nosotras mismas, para sentirnos vivas: el argumento máximo para sentirse viva es sentir que se está perdiendo el tiempo. En esta propuesta de Noni Benegas para Inserto, la sección de la revista dedicada a la creatividad cultural, sentirnos vivas, perder el tiempo, consiste en cortocircuitar la cadena de transmisión de lo aprendido, des-aprenderlo y resistir; a pesar de Los martes de la Salpêtriere –que es la fotografía que ilustra esta sección–, a pesar del relato hegemónico que nos formatea o precisamente debido a ello: despojarnos del atributo monstruoso de las profundidades y emerger algo cercano a la armonía, con movimientos reconocibles, tranquilizadores.
Perder el tiempo para recuperarlo, para recuperar el tiempo perdido; en Reflexiones a la orilla del tiempo. Algunos tés imprescindibles, Marifé Santiago Bolaños, filosofa, poeta y escritora, nos invita a cruzar a la otra orilla, la del tiempo proustiano, ese lugar desde donde desplegar los recuerdos, desde donde multiplicarse en voces y destinos, nomadizarnos para alejarnos de las voces únicas y de las explicaciones estables. La belleza se descubre a la otra orilla, en la otra orilla está el tiempo tejido con las voces de los amigos y de los recuerdos, el tiempo de la memoria que nos dice quienes somos porque fuimos… En la otra orilla están también los márgenes desde los que nos hemos posicionado en esta revista. Es ahí, en los márgenes, donde surge el pensamiento crítico, la fuerza de la palabra y de la acción, la vulnerabilidad común compartida. Las voces desde los márgenes son sororidades en la frontera que construyen rupturas y se abren a espacios de diálogo frente a los espacios hegemónicos. Los márgenes son los lugares desde los que articular el combate del pensamiento y la palabra.
Cristina Guirao
Mayo 2023
1 Por supuesto que Gramsci no tuvo la perspectiva de género suficiente para analizar la hegemonía cultural de los hombres sobre las mujeres. Esta ceguera de género es consustancial a casi todos los intelectuales que teorizaron sobre el poder en los siglos XIX y XX: ni Karl Marx, ni Gramsci, ni Michel Foucault, por citar tres ejemplos bien representativos del análisis del poder y sus formas de dominación desde lo económico, lo político y lo simbólico, abordaron la cuestión.

Cristina Guirao es profesora titular de sociología en la Universidad de Murcia. Catedrática de filosofía en EE.SS., en excedencia. Ha sido directora del máster de gestión cultural UMU, directora del seminario pensamiento y cultura y coordinadora general de cultura en el vicerrectorado de cultura de la Universidad de Murcia. En la actualidad secretaria general de Clásicas y Modernas, asociación para la igualdad de mujeres y hombres en la cultura. Editora de la revista ContraNarrativas (CENDEAC), Nº2, sobre Vulnerabilidad/Fragilidad y autora de numerosos artículos sobre sociología de la cultura y del arte. Es ensayista y escritora, su último libro Crónicas a contrapelo (2022) ediciones Newcastle.