Mitsuko Aoyama 青山光子 (1874-1941)
Mitsuko Coudenhove-Kalergi (apellido de casada)
“La madre de Europa”
Una japonesa internacional que influyó en el mundo
Nos encontramos en el siglo XIX, época romántica y de grandes aventuras por el mundo para las clases pudientes. Japón está viviendo los cambios que ha traído consigo la Restauración Meiji (1868), ha abierto sus fronteras y ya es posible que los extranjeros puedan entrar y desempeñar trabajos en el mundo de la diplomacia, las grandes empresas, la cultura y la docencia, etc.
Mitsuko Aoyama era una joven normal que no tenía ninguna relación con el extranjero y fue la esposa de un diplomático del imperio Austro-húngaro, el conde, Heinrich Coudenhove-Kalergi (1859-1906), que, fascinado como muchos intelectuales de la época por el arte y cultura oriental, frecuentaba la tienda de antigüedades de su padre, en Ushigome, en la calle hoy llamada Aoyama 青山 en honor a su nombre, Aoyama Kihachi 青山喜八.
Su enlace en Tokio fue el primer matrimonio internacional del que se tiene constancia en los archivos del gobierno japonés y muy probablemente una de las primeras mujeres en llevar un vestido de boda al estilo occidental.
Mitsuko y el conde se enamoraron a primera vista, cuando ella le sirvió el té en la tienda de su padre.
Se convirtieron en amantes y tuvieron dos preciosos niños, para disgusto de su padre, un hombre extremadamente conservador, que la repudió, y escándalo de las malas lenguas que se referían a ella como “la concubina”.
Coudenhove-Kalergi escribió a su familia anunciándoles su matrimonio, que tuvo lugar en 1892, tras toda una serie de obstáculos y lucha contra los prejuicios reinantes en la época. Sin embargo, pudo más su profundo amor por Mitsuko y por Japón.
Decidido a pasar el resto de su vida en Japón con su esposa japonesa, el destino cambió por completo sus planes. En aquellos días, la joven Mitsuko no podía ni imaginar que se convertiría en “La madre de Europa”.
Al poco tiempo falleció el padre de Heinrich, y para sorpresa de todos, no nombró heredero a su hijo primogénito, Heinrich, sino al primogénito de este. El matrimonio viajó a Europa para cumplir su última voluntad y, una vez allí, en Viena, decidieron establecerse.
Antes de partir para tan larga travesía, Mitsuko fue a visitar a la Emperatriz quien la despidió muy afectuosamente con hermosas palabras y animándole a desempeñar un importante papel como puente cultural en el escenario internacional en que se desarrollaría su vida.
Heinrich y Mitsuko tuvieron otros cinco hijos más, siete en total.
En aquellos días, Mitsuko, que solo había asistido a la Escuela Primaria, como era habitual en las muchachas japonesas de su época, consciente del desigual nivel cultural entre su esposo y ella y la necesidad de estudiar y transformarse en una mujer culta para poder ofrecer lo mejor de sí, estar a la altura como esposa de un diplomático y poder educar a sus hijos lo mejor posible, empezó a estudiar materias completamente nuevas para ella, en ocasiones contratando a profesores particulares, como historia, geografía, literatura, filosofía, inglés, francés y alemán.
“Ver a nuestra madre estudiando día y noche con tanto empeño y ahínco influyó poderosamente en nosotros y en la importancia de adquirir una buena formación. Fue todo un ejemplo para todos nosotros”- estas hermosas palabras nos han quedado como testimonio de sus hijos.
En 1904 Heinrich falleció inesperadamente de un infarto, hecho que destrozó la vida de Mitsuko. Tras catorce años de matrimonio, de repente se veía sin su pilar y apoyo principal, en un país ajeno, rodeada de gentes cuya lengua y cultura no entendía, para quienes no era más que una extranjera, y con siete hijos pequeños a su cargo. Sacando lo mejor de sí en esos momentos tan adversos, se propuso dar la mejor educación posible a sus hijos y estudió derecho y contabilidad para poder gestionar ella misma, sin delegar en nadie, las propiedades de la familia, como heredera de su esposo que era, lo que le granjeó numerosos problemas y desencuentros con su familia política.
En 1923, el segundo de sus hijos, Richard (1894-1972), publicó un manifiesto titulado PAN-EUROPA, que representa la fundación de la Unión Internacional Paneuropea, y con ella el movimiento paneuropeo, que sentó las bases fundamentales para que con el tiempo fructificara en la actual Unión Europea (EU). Tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918), su tesis principal era que solo se evitaría otra confrontación internacional si Europa superaba sus divisiones y diferencias y se unía para formar una confederación de Naciones. Según él, esta era la única manera de preservar Europa y evitar que desapareciera debido a su debilitación por la fragmentación.
Dicho manifiesto fue traducido en poco tiempo a las principales lenguas europeas y alcanzó gran difusión. Personajes políticos de gran relevancia en el momento, como el primer ministro francés durante la Tercera República, Aristide Briand (1862-1932), considerado también como uno de los pioneros de la unión de Europa, sus homólogos ingleses, el conservador Neville Chamberlain (1869-1940) y Winston Churchill (1874-1965), y también el joven Benito Mussolini (1883-1945), se mostraron de acuerdo con sus tesis.
Escritores como Thomas Mann, Rainer Maria Rilke y Paul Valéry también aplaudieron sus teorías.
Por aquellos días ya empezaba a rumorearse la idea de que el único que conseguiría unir a toda Europa sería Adolf Hitler (1889-1945). A la vista de su espectacular y velocísima trayectoria, su siniestro carisma y el poder de fascinación que ejercía sobre las masas, deseosas, por otra parte, de un resarcimiento o venganza tras la situación tan humillante en que había quedado Alemania tras los tratados de la Primera Guerra Mundial, y así se lo advirtieron a Richard Coudenhove-Kalergi.
Sin embargo, sus ideas eran totalmente opuestas a las de Hitler.
Tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Richard defendió la creación de un mercado amplio, con una moneda común y estable como vehículo imprescindible para que toda Europa reconstruyera de nuevo su potencial y ocupara el sitio que le correspondía en el concierto de las naciones.
Richard Coudenhove-Kalergi ha sido considerado como el precursor y “Padre de la actual Europa” y su madre, Mitsuko, la “Madre de Europa” por la formación humanística que le procuró y las ideas de amor y comprensión entre las diferentes culturas (no olvidemos que Richard había nacido en Tokio) en una época en la que solamente una minoría, normalmente privilegiada, sabía de otros continentes o países, cooperación entre las naciones e internacionalización y cosmopolitismo que le transmitió con su ejemplo.
Se dice que el famoso perfume “Mitsouko”, de la casa Guerlain, lanzado en 1919, punto álgido de la fascinación de Europa por Oriente (véase el movimiento del Japonismo en las artes: pintura, música, literatura, etc.), por el perfumista Jacques Guerlain (1874-1963), está inspirado en la figura de esta admirable mujer que supo tender puentes culturales entre Occidente y Japón.

Elena Gallego Andrada. (Burgos, 1967)
Doctora en Literaturas y Culturas comparadas por la Universidad de Sevilla y Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense. Estudió Literatura Japonesa en la Universidad de Kioto. Investigadora sobre la Violencia y la construcción de una Cultura de Paz en la Fundación SIP, Seminario de Investigación para la Paz.
Profesora de español y Teoría de la Traducción en diversas universidades de Kioto y Tokio durante tres décadas y traductora literaria de japonés a español con más de una veintena de libros publicados en España, Argentina y Japón.